22 octubre 1975
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Ilustración G. Guinea |
Acaba de clausurarse en Vitoria, la semana pasada, el XIV Congreso Nacional de Arqueología que ha congregado en la capital alavesa a más de 400 personas, entre catedráticos, directores de museos y alumnos, interesados en los problemas y estudios arqueológicos de nuestra patria.
XIV reuniones de este tipo, desde que se iniciaron estos Congresos hace más de veinte años, demuestran la vitalidad de nuestra ciencia arqueológica nacional. No cabe duda que se trabaja en España en este aspecto y que, lo que es más confortable, la juventud forma en las filas para mantener en el futuro, y aún ampliar con mejores métodos, nuestras excavaciones. El esfuerzo que para sostener estos estudios está haciendo el país es enorme, pero, desgraciadamente, no es suficiente. Nuestra arqueología sigue muy falta de medios, y éstos no llegan ni siquiera para atender a los problemas más fundamentales. Por otra parte, ya no se trata de proteger las excavaciones arqueológicas, con ser algo, sino de crear organismos o centros capacitados, con especialistas, para mantenerlas y estudiarlas. Yo pienso que quizás se estén haciendo en España más excavaciones de las que las entidades científicas pueden atender, y esto, desde el punto de vista científico, no es bueno ni recomendable.
Pero, apostillas aparte, lo cierto es que el Congreso de Vitoria ha ofrecido a los asistentes un panorama bastante halagüeño. Ciertamente que no son todos los que están, ni están todos los que son, pero esto es un principio general que no sólo afecta a la arqueología, y que ya nos daríamos por conformes con que solamente a ella afectase. Como en todas las congregaciones y asambleas humanas suelen cacarear más las gallinas delgadas que las gruesas, pero, en general, ha habido un nivel muy digno. El profesor Balil, catedrático de Arqueología de Valladolid, que actuó como presidente, ha sabido llevar el Congreso con maestría y buen humor. Lo que los congresistas han visto, por otra parte, de la labor arqueológica alavesa: opidum de Iruña (excavado por Don Gratiniano Nieto, Rector de la Autónoma de Madrid); poblado del hierro de La Hoya (sumamente interesante), dolmen de El Villar, etc., demuestran el interés que por resucitar los testimonios de su historia tiene la Diputación Foral. Una felicitación por ello le enviamos desde estas ondas.
El capítulo de las conclusiones, que he leído, merece punto y aparte. Se ha hecho hincapié en la defensa de las cuevas prehistóricas, para que la autopista proyectada en Asturias no destroce dos de ellas. Yo me he acordado de aquel proyecto que arañaba prácticamente la villa de Santillana. Parece que el progreso rodado la ha tramado con las cuevas ¡Qué culpa tendrán!, digo yo. También se ha pedido a las altas autoridades se actúe drástica y ejemplarmente contra aquellos excavadores furtivos que han tomado nuestro suelo arqueológico como campo de sus arremetidas pseudo científicas o meramente coleccionistas. Menos mal, vuelvo a decir yo, que no sucede esto solamente en Santander, y que en todos los sitios cuecen habas, aunque ello no sea suficiente consuelo a nuestras angustias. Entre las conclusiones más justas del Congreso está la que hace constar públicamente la labor de un dignísimo arqueólogo alavés, el Sr. Fernández Medrano, que tanto trabajó por la arqueología alavesa. De vez en cuando es conveniente recordar a los que han demostrado constancia y paciencia para el trabajo, pues ahora vienen aires de copiamiento por la cara, y parece necesario recordar a la impetuosa juventud, que la cosa está bien, pero no tanto.
En fin, un Congreso, además, como todo, con sus dimes y diretes, con sus presiones de influencia para acá e influencia para allá, de quítate un poco que yo soy más listo, es decir, llenito de pinceladas humanas y por lo tanto muy simpático. Los arqueólogos, por si ustedes, queridos radioyentes, no lo saben, a más de sabios son muy suspicaces y algunos -¡Dios nos libre!- de rompe y rasga. ¡Con eso de que excavamos con picachones!(25)
(25)Nota actual: También en relación con Altamira, y por los principales prehistoriadores españoles, se decidió se cuidase Altamira, dada su importancia. Sugerencia muy importante que llevó como consecuencia, el primer cierre de la cueva, y su política posterior.
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