Corpus Barga

29 de mayo de 1975

Ilustración G. Guinea
   Leí antes de ayer, me parece, en un periódico asturiano, unas declaraciones que el escritor español de América, Corpus Barga, hacía con motivo de su deseo de venir a morir a su patria. Habiendo llegado a sus 88 años, una morriña explicable, un “sincio” entre sentimental y ancestral, le obligaba a tornar a los rincones de su infancia. Este impulso de volver a buscar su tierra donde morir, me ha parecido siempre una necesidad muy humana que tiene sus raíces en el más bello gesto de la melancolía animal.

   También, he pensado, vuelven los salmones a los ríos donde nacieron, aunque para ello hayan de recorrer millares de quilómetros. Y los elefantes buscan el cementerio común donde dejar sus huesos junto a los de su especie, o los perros salvan distancias inexplicables con tal de regresar al montón de paja de su viejo amo.

   El hombre, en esto, no hace más que seguir esta ley universal de la nostalgia por el contorno reducido del mundo donde sus ojos y su mente se abrieron a los primeros amores y a las sorpresivas emociones iniciales de la vida. Es la añoranza del indiano que trabaja incansable, como una hormiga obrera, para acumular un dinero suficiente que le permita el regreso a sus queridos campos, huertos y recuerdos; no olvidando nunca, entre éstos, el pequeño cementerio del pueblo donde siempre querrá construirse una morada decente para la eternidad.

   Corpus Barga, tiene un gran corazón de indiano, pero carece del dinero de éste para poner en práctica ese inmenso deseo de retorno. Y también, como el indiano, ha dejado su imaginación volar excesivamente. Ese su instinto irreprimible de volver, le ha enmascarado la realidad de lo que él perdió hace tanto tiempo y ahora ansía. Y el pobre Corpus Barga, lleno de ese anhelo infinito de morir en la tierra de sus padres, se hace de los españoles una idea bastante soñada y exagerada.

   Sin darse cuenta, generaliza su propio temperamento y se lo adjudica en bloque a todos los españoles. Y su bondad la extiende a los 35 millones de hispanos; y su decencia, también. Y a sus 88 años es maravilloso verle tan ingenuo, pensando –como él dice- que la nota característica del espíritu español es su moralidad.

   Pero Corpus Barga desconoce –u olvida- que también en la tierra de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, y en los campos que recorrió el Quijote ha entrado en tromba el concepto materialista de la vida, y que esa hidalguía y ese honor, tan representativos en las comedias de Lope, cada vez están más polucionados y van siendo “rara avis” a conservar ya en el coto de Doñana.

   Aunque bien está que nuestro autor venga con esa creencia. Tal vez su gran número de años no le permita darse cuenta de lo contrario, y pueda morir, aún poéticamente ilusionado, pensando que, al fin, ha llegado a la reserva espiritual de Europa. Irse de esta vida sin conocer el desengaño, sería su mejor fortuna, que yo le deseo a este nostálgico escritor que todavía ve a su España con los ojos soñadores de un niño, más que con los calculadores y fríos del que está ya de vuelta de todo(9).


(9)Nota actual: Cada vez que recuerdo esta bendita nostalgia de Corpus Barga, siento un gran deseo de abrazarle, pues pienso que bien se merece nuestro agradecimiento y cariño quien, a sus muchos años, aún mantiene la inocencia de que “la nota característica del espíritu español es su moralidad”.


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