¿Quien no recomienda?

03 de julio de 1975

Ilustración G. Guinea
   Las recomendaciones son algo que, en España (desconozco la vitalidad y la gallardía que pueden alcanzar en otros países) viene desde muy lejos. Están tan sólidamente enraizadas en nuestra sociedad, que se alzan potentes y retadoras como las hayas; invasoras y pegadizas como el muérdago, y permanentes y casi geológicas como las rocas. Son algo que siempre se supone, como el valor, y que nunca falla a la hora de elegir y seleccionar cualquier clase de puesto, ocupación y cargo, desde el nivel más humilde, como puede ser una organización parroquial, hasta el alto nivel de un cuerpo ministerial.

   La recomendación ha tomado en nosotros tal carta de naturaleza que nadie, absolutamente nadie, niega ya su existencia y su importancia. Está tan presente y activa como el sol, y bien clara, aunque en la sombra. En toda posibilidad de competencia hay que contar con ella, porque, en otro caso, no es difícil ver a la justicia y a la razón vencidas por el golpe bajo de la recomendación. Lo que pasa es que ha proliferado ya tanto que su propia potencia invasora la está haciendo perder validez. La cosa se entiende: cuando había dos recomendados, estos, naturalmente, podían brillar con luz propia y oscurecer al más extraordinario genio. Pero cuando ya todo el mundo lleva su tarjetita, podemos suponer que sólo las recomendaciones “de profundidad” van a conseguir su triunfo. Porque, eso sí, todavía hay recomendaciones y recomendaciones. Las de más calidad, sin duda, son las que no se manifiestan en misivas más o menos cariñosas, sino que vienen dadas por el conocimiento directo de la persona que, desde el principio, crea ambiente suficientemente expresivo sin necesidad de comentarios: el hijo de un ministro, el del Rector o de cualquier catedrático en efectivo, o el de alguna autoridad local o nacional, el futbolista famoso, el cantante de moda, etc. O bien, si se trata de la consecución de un puesto en una empresa, el sobrino del presidente del Consejo de Administración, director del Banco o personas de alto grado de respeto en aquella.
   Estas recomendaciones, si se ejercen sobre subordinados, tienen una casi seguridad del 99 por ciento de éxito, porque es difícil sustraerse al temor de las represalias o a la posible bicoca del ascenso.
   Sin embargo hay quien todavía es alérgico a ellas, vengan de donde vinieren, e incluso alardea de ello. No es la primera vez que he oído a un catedrático (clase sufrida que soporta en tromba el torrente de las recomendaciones), algo como esto: “Para mí la recomendación es contraproducente. Jamás he atendido a una sola”. Aunque pocos, yo les considero en esta sociedad languideciente, como una especie de empecinados que consiguen resistir valientemente las acometidas sin ceder un ápice de su integridad; como unos residuales Quijotes que, lanza en ristre, esperan el acoso de bandidos y malandrines y les saben dar la respuesta conveniente.
   Pero esta postura excesivamente intolerante tiene también, y como siempre, su talón de Aquiles, porque profesores malhumorados ante una tarjeta de recomendación se ablandan ante la belleza de una alumna o ante las lágrimas de una adolescente. Lo que quiere decir que, por naturaleza, el hombre, cualquier hombre (y naturalmente cualquier mujer) está predispuesto a dejarse influir a favor de alguien, cosa que, en general, parece más bien una virtud que un defecto.
  
   Y ciertamente, si las recomendaciones se hiciesen con el absoluto conocimiento de la persona recomendada, de sus cualidades, de sus sacrificadas horas de trabajo, de sus esfuerzos y preparación, resultaría que serían simplemente una excelente y justa información para el juez, digna de todo aplauso. Lo que pasa es que ya se van tomando a beneficio de inventario y se recomiendan vagos, caraduras, “niños de papá” y oportunistas que pueden ir así subiendo escalones y abrirse puertas sin más trabajo y esfuerzo que aquél que detrás de ellos va tejiendo la trama bien manejada de la injusta recomendación (14).

(14)Nota actual: Hoy, como hace años, las recomendaciones siguen orondas y de muy buen aspecto. Está visto que mientras el hombre sea hombre…Los Quirós serán Quirós y los Velasco, Velascos.

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