¿Poesía? Poesía no eres tú

Ilustración G. Guinea
   Uno de mis “jobis” preferidos, en los momentos robados al trabajo, pero siempre como trabajo de la mente, es la poesía. No presumo de haber leído mucha poesía, sino de haber leído poesía y de sentirla bien profundamente. Y digo que no he leído mucha poesía, y sobre todo poesía actualísima, porque la hay ahora excesiva y, como todo lo excesivo, de muy poca calidad. Y entonces yo me paro y no sigo. Odio la moda formal que en estos días invade a los pseudopoetas, o a los balbucientes poetas, porque dejan al poema en mero chasis superficial –aparente y brillante, tal vez- pero sólo chasis. Distingo muy bien la poesía falsa, que es la que se nos da en demasía, de la poesía auténtica que es la que nos llega con cuentagotas. Pero una sola de sus gotas sirve para empapar el alma, en tanto que la otra no consigue jamás abrir una vena de permeabilidad por donde colarse. La mala poesía –o la no poesía- por muy disfrazada que venga de aparato o de filosofía, ya puede llamar horas y horas que se queda siempre pegada al papel, en sus renglones, y no habrá posibilidad de recibirla.

   Leo en el último número de “Peña Labra” –la revista de poesía que dirige Cantalapiedra y que yo promoví y bauticé- una carta de Unamuno a Antonio Machado, en donde el ilustre rector de Salamanca rompía en 1903, y siempre de nuevo, lanzas a favor de la autenticidad en la expresión de los sentimientos, y aparta de sí todo aquello que pueda oler a boñiga barnizada. Ya se que siempre han existido falsarios que pretenden dar cobre por plata, pero vivimos unos momentos en que hay, quizás porque gran mayoría de vulgares han accedido a la literatura, mucho mayor ruido que nueces, más cascabeleo que monturas, mayor cantidad de humo que de paja. Naturalmente que hay algunas excepciones –no muchas- que me reservo, como también me reservo el nombre (si le conozco) de muchos de los que componen la regla general de la actual poesía española.
  
   Y no digo que esta poesía peque de estructuración externa, porque generalmente no la tiene y es descuidada y atropellada. Ahora se hace poesía así como se piensa, y enseguida se ve lo a motrollón que se piensa. Muchos de los que hacen –o creen hacer- poesía en nuestros días, han digerido mal lo de la poca importancia de la forma y creen que el formalismo es sólo lo exterior, la composición, y no se aperciben que son en el fondo tan formalistas como la poesía de Campoamor o Núñez de Arce, lo que pasa es que su formalismo es de fondo, pues amaneran, repitiéndolas muy mal, las ideas y sobre todo los sentimientos de aquellos grandes poetas a quienes copian. Y como segundas partes nunca fueron buenas, y no es lo mismo Goya que Lucas, ni se puede dar gato por liebre, no resulta muy difícil distinguir lo auténtico de lo falso.
  
   Poetas “aparentes” existen muchos. Tómese un poco de Alberti, dos o tres imágenes de Lorca, sazónese todo con un grano de pimienta social y otro de descarado realismo y si conseguimos ahora revolver un poco la masa ya tenemos un buen plato de apariencia poética. La cosa suele valer, sobre todo para rellenar páginas de revistas o para abrirnos paso a los escasos cenáculos poéticos que existen.
  
   ¿Pero dónde está, el auténtico torrente de la poesía que nace de dentro, como caudalosa fuente, arrastrando con ella la verdad del alma de quien la crea? Aún no se ha corregido lo que Unamuno criticaba, cuando salía al paso del arte minoritario, pedante y superferolítico de unas minorías que pretendían –y se les notaba- aparecer como selectas. “Huya –decía el malhumorado D. Miguel a su amigo Machado- huya sobre todo del “arte del arte”, del arte de los artistas, hecho por ellos para ellos solos”. (Peña Labra, nº 16, p.7. Verano 1975)
  
   El verdadero artista produce, sin quererlo, para la humanidad entera. Pero muchos de los artistas actuales –poetas o pintores- se van quedando solos, como los de Tudela, y ya no los entienden ni siquiera aquellos que les estén rodeando con los incensarios(15).

(15)Nota actual: En este año de 2010, aún sigue la poesía su senda de barroquismo o de peculiarísimo lenguaje sofisticado. La sociedad en la que vivimos no deja tiempo de mirar las nubes. La prisa abate los sueños. . .y estos se diluyen en nada.

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