Las motivaciones de la Historia

23 noviembre 1977


Ilustración G. Guinea
  Algún día, cuando el tiempo haya aclarado las aguas, y cuando las distancias puedan proporcionar perspectivas válidas y completas, se podrá hacer la aproximada historia de nuestra época. Y ya ven que no digo ni la cierta ni la verdadera, porque la complejidad de la trama histórica y el ámbito muchas veces irracional e inaprensible de las actuaciones humanas, impiden, o impedirán siempre, que las causas, razones y motivaciones que fabrican los aconteceres de cada día puedan quedar justa y precisamente relatados. No nos engañemos, la historia que los libros y los documentos nos ofrecen, es sólo una experiencia histórica, un punto de vista, un criterio más o menos próximo a la realidad de los hechos acaecidos, pero nunca la fiel fotografía de lo que estos fueron. La importancia de la historia está, precisamente, en que interpreta los hechos sin poder llegar a conocer todos los enrevesados hilos que los produjeron. Si realmente pudiésemos, utilizando una máquina o un aparato retrospectivo, profundizar en el alma recóndita de todos aquellos seres que venimos considerando protagonistas de la historia, nos veríamos sin duda sorprendidos de la equivocada interpretación que nos dan los libros de texto, los manuales de historia o las monografías de este carácter. No digamos si el método utilizado, muy frecuente ahora por razones de esnobismo y de doctrina, pretende ser sólo el de los móviles económicos o sociales. Contra este abuso de interpretación materialista de la historia, se han alzado voces tan poco sospechosas por sus ideologías, como la de Claudio Sánchez Albornoz, para quien la historia (cito textualmente) “es una unidad tan compleja como su mismo agente que es el hombre. Junto a las necesidades materiales han constituido y constituyen motores de la mudanzas del ayer, apetencias humanas tan múltiples como han sido son y serán las diversas proyecciones en los pensamientos, sueños, esperanzas, anhelos, temores, orgullos, vanidades, sañas…del complicado ente de entre el cielo y tierra que ha ido haciendo y rehaciendo el pasado”. A todo esto, añadiría yo dos motores que Sánchez Albornoz no ha citado y que intervienen muy fundamentalmente en el cambio de la marcha de la historia: la envidia, la terrible, ciega y destructora pasión de la envidia, y su acompañante ineludible, parásito fiel y excrecencia de ella, que es el resentimiento. Exactamente igual que hoy se toman como parámetros preferentes en la explicación de la historia los aspectos sociales y económicos, y con ellos pretenden ofrecernos una visión limitada y parcialista del pasado del hombre, podría cualquier investigador estructurar una interpretación histórica tomando como constantes la envidia y el resentimiento. Lo que pasa es que estas cargas negativas del hombre suelen actuar en la sombra, se ocultan o se disfrazan, aparentando muchas veces virtudes tan elogiables como la caridad, la defensa del desheredado, la justicia y hasta la bondad de corazón. Si el historiador, lo que es imposible, pudiese calar hondo, en los entresijos donde se elabora la génesis de muchos caos históricos: guerras, revoluciones, asesinatos, o simplemente destrucciones de ideas o de hechos que se habían conseguido con la ilusión y el sacrificio de grupos o de generaciones, es ciertísimo que hallaría como motivo generador la envidia de un grande o pequeño ser, de uno o varios desgraciados insatisfechos consigo mismos, que, incapaces de soportarse, y menos aún de autoimputarse sus defectos, arremeten contra la sociedad culpando a ésta de todo lo que a ellos solos pertenece.

  Lo difícil es saber distinguir entre los espíritus auténticamente nobles, creadores, benefactores, por instinto y por corazón, de la humanidad, y estos “sepulcros blanqueados” que portan banderas de paz, de confraternidad, de serenidad, de comprensión, y lo que realmente llevan, dentro de sí mismos, es un enorme desamor, un patológico encono y un despecho infantil y destructivo. Pero con ellos debe de contar la historia, porque están ahí, más arriba o más abajo, en puestos de trascendencia o en rincones menos notables, pero siempre minando, destruyendo, entristeciendo el vivir, porque en el reparto inexplicable de los papeles en este teatro de la vida, les ha tocado a ellos el pobre “role” del antagonista(91).


(91) Nota actual: Sin comentario actual. Esta charla sirve para siempre, en tanto el hombre no cambie de naturaleza.

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