1 octubre 1975
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Ilustración G. Guinea |
A partir del Renacimiento, época en que el despertar humanístico volvió los ojos a Grecia y Roma, se inició en nuestra cultura occidental el deseo coleccionista de obras de arte que iban surgiendo, circunstancialmente, en excavaciones o aparecían en las ruinas griegas y romanas. Los grandes mecenas de la época, los Médici, los Sforza, etc., y los inquietos papas y cardenales, fueron creando así sus colecciones particulares, surgiendo con ello el afán coleccionista que fue, a su vez, el origen de los primeros fondos de los actuales museos de Italia.
El deseo de guardar estas piezas de alta categoría artística e histórica no se detuvo en siglos posteriores, y lo que pudiéramos llamar la enfermedad coleccionista fue alcanzando a personajes cada vez menos elevados socialmente. En la actualidad el coleccionismo ha tomado carta de naturaleza y el que más o el que menos busca para sus casas el adorno de alguna que otra antigüedad.
Todo esto estaría bien –y lo está de hecho- si estas aspiraciones anticuarias permaneciesen en el límite de lo legal y no provocasen -como muy frecuentemente provocan- verdaderos destrozos al Patrimonio artístico de la humanidad. Todos conocemos, desgraciadamente, el trasiego, la venta, y por lo tanto la desaparición de muchas piezas arqueológicas y artísticas que depositadas antes en las iglesias han pasado, estos últimos años, sobre todo, a manos de particulares o de revendedores, perdiéndose para siempre, para la ciencia y para el arte y la historia, en viviendas particulares, cafeterías, centros de diversión, etc., cuando no proyectadas definitivamente al extranjero.
Puede que haya habido adquisiciones legales en este barullo incontrolado, pero la mayoría de las piezas que hoy constituyen dichas colecciones provienen de actuaciones no permitidas, desde el principio, por las leyes. Bien claro está el artículo 1º de la Ley de 10 de octubre de 1931: Los particulares, las entidades y personas jurídicas, así eclesiásticas como civiles, no podrán enajenar inmuebles ni objetos artísticos, arqueológicos e históricos de una antigüedad mayor de cien años, sin previo permiso del ministerio de que dependan.
Por otra parte, existen muchos objetos en las mismas que proceden de excavaciones fraudulentas, realizadas igualmente fuera de toda legalidad, pues el artículo 39 de la Ley del Patrimonio Artístico de 13 de mayo de 1933 dice bien claramente: Las excavaciones hechas por particulares sin el permiso debido se declararán fraudulentas, decomisándose los objetos que en ellas se hubiesen hallado.
No cabe duda de que jamás –y digo jamás sin equivocarme- y para la formación de las colecciones particulares se ha tenido en cuenta este artículo; luego, en principio, como dije, el 90 % de las adquisiciones de estas piezas que llenan salas y salas de particulares, es absolutamente ilegal.
Pues bien, a pesar de esta resplandeciente claridad legislativa, es digno de ver, y más digno de meditar, la inmunidad que tienen algunas personas para aumentar y proseguir sus apaños. Y lo que es ya inadmisible es que, en algunas ocasiones que conozco pero que no cito, se nieguen rotundamente a que los objetos, así maliciosamente adquiridos, se fotografíen o estudien por quienes necesitan, para sus trabajos científicos e históricos, consultarlos y analizarlos.
Bien está lo bueno, señores; bien está, si hasta aquí hemos llegado en tolerancia y despreocupación, dejar en papel mojado las leyes que protegen nuestro Patrimonio y asistir a la formación de estas colecciones auténticamente ilegales, pero lo que ya es intolerable es que, encima, cientos de objetos artísticos queden para siempre en el exilio, prisioneros de unos afanes individuales absolutamente egoístas, hurtándose así a las necesidades de la ciencia. Quosque tandem habutere Catilina patientia nostra?(22)
(22)Nota actual: Nada ha variado después de 36 años. Al contrario, yo creo que Cantabria aún está peor. Digánlo, si no, los exigidos derribos de chalets en Meruelo, Piélagos, Argoños, etc. Y esa colocación salvaje de aerogeneradores, totalmente en contra de determinados Bienes Culturales, que estando defendidos por leyes bien expresas, mancillan incluso a lo más sagrado de nuestra historia; el recuerdo del pueblo vencido que escogimos como nombre y símbolo de nuestra identidad. ¡Qué ya es el colmo del “papel mojado”!.
(22)Nota actual: Nada ha variado después de 36 años. Al contrario, yo creo que Cantabria aún está peor. Digánlo, si no, los exigidos derribos de chalets en Meruelo, Piélagos, Argoños, etc. Y esa colocación salvaje de aerogeneradores, totalmente en contra de determinados Bienes Culturales, que estando defendidos por leyes bien expresas, mancillan incluso a lo más sagrado de nuestra historia; el recuerdo del pueblo vencido que escogimos como nombre y símbolo de nuestra identidad. ¡Qué ya es el colmo del “papel mojado”!.
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